jueves, 29 de enero de 2015

Reconocer y clasificar determinantes (2)

Cuando Amparo me dijo  que no me quería, después de seis meses de tenaz noviazgo, me recluí en  mi casa por espacio de unos meses. El amor de Ana, pocos  años más tarde, vino a curar aquella herida que seguía sin cerrarse. Fue nuestro tiempo,  ¡corto eso sí¡  repleto de felicidad e ilusiones. Entender la decisión de Ana de abandonarme  me costó una úlcera de duodeno. Me volví triste, enclenque y no dejaba de pensar continuamente en esa tía.

Irene llegó a mi vida cualquier día  en una discoteca a la que Pedro me llevó a punta  casi de pistola. Que tres meses más tarde aquella chica se fuese precisamente con Jaime, el mejor amigo mío  me hundió todavía más. Mucho daño me hizo, no salía y si lo hacia, huía de las tías como alma que lleva el diablo.
Antonia era una amiga de mi hermana que me sacó a flote una vez más. Cuando me enteré que estaba con otro tío, alucinaba y no me lo creía. Pensé decirle cuatro frescas pero me calle y le hice la vida imposible durante una temporada a la chita callando hasta que me cansé de decir no pocas tonterías sobre ella.

Fue entonces cuando vino Amparo para pedirme perdón, jurándome y perjurándome que se había equivocado. La creí y volví con ella, a ver que pasaba, pese a que no creía algunas excusas que me contaba…  Pero me quedé pasmado cuando Ana y Antonia volvieron a llamarme. Decidí probar suerte con las tres chicas. Me convencí entonces que ningún amor era para siempre, que los empachos  resultaban perjudiciales para la salud y volví con todos mis amigos de la pandilla, abandonando a las tres chicas de mi vida. ¡Cuántas noches de juerga¡ ¿Sabes cuánto tiempo tardé? Tres meses y volví a tropezar con la misma piedra.

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