sábado, 26 de noviembre de 2011

Polisíndeton - Eduardo Jordá


Mi hija, aburrida, me comunica después de comer que le toca estudiar un tema apasionante, la poesía. Como soy parte interesada, le digo que la poesía no está nada mal y que una de las mejores cosas que recuerdo del colegio son los poemas que tuve que leer y en algunos casos memorizar en clase. Por suerte, me sé de memoria algunos sonetos de Garcilaso, y a veces esos versos se me aparecen en medio de un atasco o cuando estoy esperando en la consulta del dentista, y aunque no sepa muy bien de dónde vienen, esas palabras me consuelan y me distraen y me hacen creer que el mundo es un lugar mucho más hermoso de lo que parece a simple vista. Y por fortuna guardo mucho más poemas en la memoria. Hasta no hace mucho, podía recitar de carrerilla las Coplas de Jorge Manrique, que son uno de los tratados sobre la vida más sabios y más completos que se han escrito nunca. Y ahora mismo se me ocurre que cada nuevo presidente del gobierno debería estar obligado por ley a leer esas Coplas en su discurso de investidura, y quizá así aprenderíamos todos a ejercer las virtudes de la mesura y de la templanza, porque al final lo único que cuenta es que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es…, bueno, ya lo sabemos, ¿no?

También me sé de memoria bastantes poemas de Machado y de Lorca, que leí en un aula perdida del Luis Vives o del CIDE y que me hicieron aprender primero el señor Pons y luego el señor Monterrubio, mis profesores de literatura de hace más de cuarenta años, benditos sean los dos, dondequiera que estén. Y también me sé un poema magnífico de Miquel dels Sants Oliver, “Rambla vella”, que es uno de los mejores poemas que se han escrito sobre Palma, cosa que no debería extrañar a nadie porque Miquel dels Sants Oliver fue uno de los mejores escritores que ha dado esta isla, aunque me temo que era demasiado conservador y demasiado inteligente para los gustos que corren.

Ya sé que los pedagogos modernos no suelen recomendar el aprendizaje memorístico –que les parece conservador, o peor aún, fascista–, pero casi todos los niños sienten un placer innato al aprenderse de memoria un poema, si ese poema está escrito con rima y ritmo y de alguna manera se presta a ser declamado. Y los niños, por muy tímidos que sean, también disfrutan recitando un poema en público, si el profesor les ayuda a leer bien el poema y a escenificarlo, y antes de hacerlo les quita el miedo escénico que todos sentimos al tener que dar la cara ante los demás. Y los niños no sólo ganan en seguridad en sí mismos cuando aprenden a declamar un poema en público, sino que aprenden a valorar la belleza de las palabras y el poder persuasivo de las palabras, un poder que a menudo no sabemos aprovechar de ninguna manera. Y me temo que la lamentable oratoria de nuestros políticos se debe a que nunca leen poesía, y si hay alguno que sea un orador decente, como Rubalbaca, eso se debe –y estoy seguro de ello– a que ese hombre se sabe de memoria docenas de poemas distintos que aprendió en el colegio.

Intento explicarle todo eso a mi hija, pero ella me interrumpe diciéndome que no debe aprenderse ningún poema de memoria, sino que hoy le toca estudiar las normas de la métrica y después las figuras retóricas que componen los poemas, y en seguida empieza a enumerarme al tuntún los conceptos que forman el tema de Métrica y figuras retóricas de 2º de ESO: "Sinéresis, sinalefa, asíndeton, polisíndeton...". Al terminar, mi hija me mira de forma desafiante y me dice que para mí, como poeta que soy (o más bien intento ser, pienso yo, aunque eso no me atreva a decírselo a ella), todo eso de la sinéresis y los polisíndeton son cosas muy fáciles, claro, pero que para ella todo eso es un tostón y un coñazo. Y entonces suelta un bufido y se va a estudiar el tema de Métrica y figuras retóricas con sus misteriosas sinéresis y polisíndeton.

Lo que no me he atrevido a decirle a mi hija, para no desmoralizarla, es que no tengo ni idea de lo que puedan ser la sinéresis y los polisíndeton, y que en las largas conversaciones que he mantenido con bastantes poetas no recuerdo una sola aparición de esos términos indescifrables, que más bien parecen salir de un manual de ciencias ocultas. He escrito bastantes poemas, pero si un filántropo chiflado me ofreciera un millón de dólares a cambio de una definición rápida del polisíndeton, me temo que me quedaría sin el premio. Quizá convendría que alguien se lo recordara a los alumnos de ESO.

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