CALISTO.- En
esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
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MELIBEA.- ¿En
qué, Calisto?
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CALISTO.- En
dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y
hacer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcanzase, y en
tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese.
Sin duda, incomparablemente es mayor tal galardón que el
servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar
alcanzar tengo yo a Dios ofrecido. ¿Quién vio en esta vida
cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por
cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina
no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo. Mas, ¡oh
triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican
sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo, mixto, me alegro
con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.
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MELIBEA.- ¿Por
gran premio tienes éste, Calisto?
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CALISTO.-
Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo
silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.
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MELIBEA.- Pues
aun más igual galardón te daré yo si perseveras.
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CALISTO.- ¡Oh
bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra
habéis oído!
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MELIBEA.- Más
desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan
fiera cual merece tu loco atrevimiento y el intento de tus
palabras ha sido. ¿Cómo de ingenio de tal hombre como tú haber
de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete,
vete de ahí, torpe!, que no puede mi paciencia tolerar que haya
subido en corazón humano conmigo en ilícito amor comunicar su
deleite.
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CALISTO.- Iré
como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su
estudio con odio cruel.
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martes, 14 de abril de 2015
Tragicomedia de Calisto y Melibea (principio del Acto I)
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