Las razones en que mi tío
fundaba la tenacidad de su empeño eran muy juiciosas, y me las iba
enviando por el correo escritas con mano torpe, pluma de ave, tinta
rancia, letras gordas y anticuada ortografía, en papel de barbas
comprado en el estanquillo del lugar. Yo no las echaba en saco roto
precisamente; pero el caso, para mí, era de meditarse mucho, y por
eso, entre alegar él y meditar yo, se fue pasando una buena
temporada.
La primera carta en que
trató del asunto fue la más extensa de las ocho o diez de la serie.
Temía colarse en él de sopetón, y me preparaba el camino para sus
fines, «tomando las cosas
desde muy atrás, y como si nos tratáramos entonces, aunque de
lejos, por primera vez».
José María
de Pereda, Peñas arriba
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