Texto A
Por dentro el sitio parecía desierto,
reinaba un silencio de cementerio y había muy poca luz porque a la
mitad de las lámparas se les había consumido el aceite […]. El
Zorro atravesó el vestíbulo cautelosamente, abrió una puerta y se
asomó a la sala de armas, donde sin duda habían distribuido el
contenido del tonel, porque había media docena de hombres roncando
en el suelo, incluyendo el alférez. Se aseguró de que ninguno
estaba despierto y luego revisó el barril. Había sido vaciado hasta
la última gota.
Texto B
Dos días después de mi encuentro con
Acedo, fui llamado por el rey Felipe. Un revuelo inusual se formó a
mi alrededor, como si aquella llamada fuera a cambiar no sólo mi
vida, sino también la de todos aquellos que en torno a mí
procuraban mi progreso con sincero interés. […] Tal interés y desazón percibí en todos, que
acabaron por ponerme nerviosos también a mí, como si de aquella
entrevista dependiese el curso de mi vida, y en verdad que visto con
el paso del tiempo, no sé si no reconocer que tal vez sí la cambió.
Texto C
A Irene, como a Silvia, les había
contado lo que por otra parte ya todo el barrio sabía. […] También había tenido que pedirles perdón,
toda abochornada, por la jugarreta que les había hecho el sábado,
dejándolas tiradas y largándome con él de improviso. […] Todo
eso había sido el lunes, y hasta ahí había sido sincera con ellas,
dentro de las circunstancias, pero lo del martes, la pelea con
Andrés, todavía no se lo había contado. –Mi padre no quiere que
le vea más, y a él no le importa –le confesé a Irene, porque me
hacía falta confesarlo–. Dice que quizá sea mejor así.